lunes, 3 de diciembre de 2012



La cabeza encontrada

Lucrecia Martel siempre encontró la manera de mostrar la sociedad latinoamericana desde otras perspectivas; nuestra cultura pasó a reflejarse de manera mucho más compleja de la que nos venían mostrando los viejos entretenimientos culturales. Las telenovelas que se solían ver por la televisión en Argentina, allá por los años sesenta, no iban más allá de un reflejo estereotípico de lo que la sociedad aspiraba para sus habitantes. Muy pocos programas o películas tenían críticas marcadas a la sociedad o mostraban nuevas facetas de nuestra cultura que no fuesen tan convencionales. Sin embargo, el cine contemporáneo comenzó a surgir de las cabezas de muchos artistas latinoamericanos, y con él, una nueva manera de ver nuestra cultura.

“La mujer sin cabeza”, dirigida por Lucrecia Martel y estrenada en el 2008 en Argentina, fue filmada íntegramente en Salta, una de las provincias de nuestro país en la que más intacta ha quedado la cultura de los pueblos originarios pero que al mismo tiempo ha sido invadida por una gran influencia religiosa (cristiana) por los conquistadores europeos. Sin embargo esta película no se trata de un integrante clásico de esos pueblos: se trata de una mujer de clase media-alta que vive rodeada por esas sociedades tradicionales pero que a la vez se aísla de ellas y se sumerge poco a poco en una tormenta de conflictos internos en los que, simultáneamente, subyace una fuerte y marcada presencia de las clases vulnerables en Salta (aquellas que, paradójicamente, son las más religiosas). “El lenguaje de la cultura latinoamericana es sincrético, se nutre de tradiciones de muchas culturas, pero su base es la herencia europea general, asimilada y transformada. Cual puño cerrado, la indiosincracia  cultural de los pueblos latinoamericanos existe realmente. […]” (1)  En la sociedad que narra la película está muy presente la religión, más que nada en los habitantes más pobres y cuyas raíces pertenecen a esas tierras; mientras que la protagonista, claramente hija de las migraciones europeas, tiene poco interés en la religión. Ésta ironía está presente en toda la película en un segundo plano.
Ahora bien, justamente la forma, el argumento del trabajo de Martel, deja de trasfondo los aspectos mencionados para volcarse en un conflicto psicológico e individual. La protagonista atropella ‘algo’ en la carretera, evita enfrentarse con eso y sigue su rumbo; sin embargo la idea de haber matado a alguien la perseguirá perturbadoramente durante todo el relato. No es tanto la historia sino el discurso lo que resalta de “La mujer sin cabeza”: a partir de una focalización externa, el espectador no tiene acceso a los pensamientos de la mujer y sabe menos que ella; esta característica central va contra la principal idea del cine comercial, aquella que pretende otorgarle al espectador siempre una explicación de lo que sucede en la historia. De esta forma, se narra con sutiles acciones, mínimos gestos, muy poco diálogo. Lo implícito cobra forma en la construcción propia del receptor de la película. Ésta manera de contar se contrapone justamente con las maneras convencionales: cómo se desenvuelve el protagonista frente a sus problemas emocionales estando rodeado de una sociedad que ha sido forzada a desarrollarse de manera tradicional, sin ‘saciar’ al espectador con información y dejando en sus propias manos el moldeado del relato. Esto no es más que una respuesta del bombardeo e invasión cultural que ha sufrido Latinoamérica a lo largo de los años, es una representación de la realidad vista desde otros ojos. “Una realidad que no es la de papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza […]” (2) . “La mujer sin cabeza” se alimenta de esas vivencias latinoamericanas, de su sublevación y dominio; para darle color al ambiente donde se desarrolla el conflicto evidente: una mujer confundida, trastornada que intenta darle respuesta a sus inquietudes y no logra hacerlo.
El objetivo de la película no es tanto contar una historia concreta basada en ciertos hechos, tampoco lo es ‘entretener’ al espectador, mantenerlo en vilo durante la proyección. El objetivo de “La mujer sin Cabeza” es mostrar las secuelas de la transformación de una cultura, la ironía entre las acciones de los personajes y sus ‘supuestas creencias’, la vida de gente tradicional y cotidiana tal cual es y no como se le suele pintar al espectador. Podríamos decir que ésta manifestación del cine contemporáneo en Latinoamérica puede ser de gran ayuda para una comprensión honesta y profunda de nuestra propia cultura. Martel no pretende que el espectador encuentre la cabeza de la protagonista, quizás él mismo debería encontrar su propia cabeza con el visionado de su trabajo.

Por Juana Solassi

Bibliografía-
1- MICÓ, PUPO, VELÁSQUEZ: “El arte como expresión de la identidad en América Latina” p2
2- GARCÍA MÁRQUEZ, gabriel: “La soledad de América Latina”, Discurso de aceptación del Premio Nobel 1982 p3


Texto de opinión sobre “La mujer sin cabeza” 

Lucrecia Martel nos tiene acostumbrados a un cine distinto, a un cine único. Es que a través de sus escasa filmografía la directora salteña retrata una realidad compleja, difícil de desentrañar. Éste es el caso de "La mujer sin cabeza", el último film de la directora que ha sido celebrado por muchos y defenestrado por otros tantos.
El film comienza con unos niños de clase baja jugando en los alrededores de una ruta de tierra. Son tres amigos, además de un perro. En simultáneo vemos a un grupo de mujeres que se despiden, una de ellas acomoda sus pestañas en el reflejo del brillante auto. Verónica, la protagonista, luce su nuevo color de pelo rubio que las demás le halagan. A continuación vemos a Verónica manejando por una ruta de tierra, escuchando música en la radio. Su celular suena y ella se dispone a buscarlo en su cartera, que se encuentra en el asiento trasero, pero en ese preciso momento llega un golpe y sacudón del auto. Verónica frena súbitamente, cree haber atropellado algo o alguien, no está segura. No se mueve, no se atreve a bajar del auto, duda.
A partir de este momento la protagonista entrará en un estado de confusión tan grande que nos llevará a nosotros, como espectadores, a experimentar un nivel de incertidumbre sobre qué es exactamente lo qué sucede. Martel se luce en este punto al irrumpir en la cotidianidad de la protagonista, pero desde ese lugar aturdido, confuso en el que se encuentra Verónica. Cree haber cometido un crimen, pero no puede comunicárselo a nadie. De hecho no puede comunicarse con nadie, no reconoce a nadie. Flota confundida por entre la familia que la rodea sin siquiera poder hacer contacto con alguno de ellos.
Eventualmente Verónica confesará sus dudas a su marido, que la consuela diciéndole que está confundida, que ha atropellado a un perro y sólo se ha pegado un susto. Sin embargo, no tarda en hacerse público que han encontrado el cuerpo de un niño al costado de la ruta. Aquí el film comienza a mostrar todo aquello que la rodea a Verónica, ese sostén familiar que hará oídos sordos al crimen que ella ha cometido, ocultando todo indicio de un posible choque aquella tarde.
La película funciona como una radiografía de la clase media salteña, del rol del hombre y de la mujer en ese contexto donde Verónica no puede, ni debe, hacerse cargo de su propio accionar (ni del accidente, ni de la infidelidad hacia su marido). Un análisis profundo y certero sobre la diferencia de clases en el norte argentino, donde la culpa, el olvido y la hipocresía juegan un papel central; algo así como un puente entre la realidad política de la sociedad argentina de los años ´70 y la de esta mujer y esta familia, el crimen y la impunidad.

Por Santiago Moreno

Desesperación

Ella no sabe que hacer
fue solo una mujer en el camino,
una mujer que encontró algo,
y acabó con ella.
Ni siquiera sabe con seguridad
oculta, no entiende.
Se confunde.
No puede dejar de pensar
y su mente se transforma.
No se puede detener.
Quiere calmar su ansiedad
pero la duda la devora
y no puede salir.

Por Marcos Steinbruch


Buscándolo

Ya no estaba allí
un perro simula la figura de aquel sujeto
eso que no la dejó descansar.
Sufre su dolor, toma posesión
no lo deja escapar
solo busca su reencuentro
y dejar de pensar .
Ella "estaba bien",
"no le pasaba nada".
No estaba lista para cargar
con la culpa de una muerte,
una muerte improvisada
que no dejaba claro nada.


Por Marcos Steinbruch

Diario de Itatí Ahuanari


Nací en una comunidad Guaraní, hasta donde recuerdo gastaba mi tiempo en jugar con mis pares, mi escuela eran manualidades, y mi familia en comparación de otras no era tan numerosa. A los 6 años fui interrogada por hombres vestidos de negro, mis respuestas fueron ciertas, pero no acertadas.
Aquella misma tarde permanecí apartada de mis amigos quienes continuaban su rutina, y los hombres seguían en mi casa, poco a poco cayó la noche y mis ojos se apagaron.
Al día siguiente no me encontraba en mi lugar, dormía sobre una cama junto a otros niños quienes parecían igualmente sorprendidos.
Docenas de parejas visitaban en el día aquel lugar, donde me exhibían cual jarrón cerámico. De entre los niños, llego el día en el cual me eligieron. Cambié de vivienda, tenía otros padres, otra vida.
Comencé la escuela, ya no se basaba en cestería y cerámica, mis compañeros eran diferentes, lucían diferentes, hablaban diferente. El cambio había empezado.
El doctor me pinchaba reiteradas veces el hombro, pero no dolía. Las clases de castellano eran el lugar donde mas cómoda me sentía, mi maestra me acompaño en el transcurso del cambio, me hacia sentir en casa.
Mi vestimenta era diferente, al principio me negaba, pero con el tiempo no quedo más opción que adaptarme.
Crecí en la ciudad capital de Salta, y recibía una buena educación, con el pasar de los años pensaba diferente, ya mi cultura había quedado en el olvido.
Ya no vivía en la sociedad donde mi mayor preocupación era que mis pinceladas  en el cerámico sean prolijas, me vi bombardeada, mi ropa era la mayor preocupación, gustarle a Federico.
Ya terminado el secundario mis pensamientos se focalizaban en mis raíces, mi interés por volver había cambiado mi mente. Quise volver y ver a mis padres biológicos, ver mi origen, y así fue.

Por Franco Nahuelpan